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“El final de la filosofía y la tarea del pensar”

27 February 2023

“El final de la filosofía y la tarea del pensar”
PHILOSOPHY

Nature Morte Vivante (Still Life-Fast Moving), Salvador Dali, 1956; Image credit: Dali Archives, ©Salvador Dalí Museum

Lo que Heidegger entiende por la tarea del pensar -o por lo menos lo que podemos decir sobre ello- es lo siguiente: ¿nos quedaremos enfrente de lo insostenible? O por el contrario seguiremos estando satisfechos con nuestra pobre autonomía filosófica? O, ¿por qué no, quitarnos esto de encima, ya que hemos dado la prueba (que nadie pidió) de una suprema, magnifica y grandiosa inanidad?

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Esta fórmula (que no es una oración) aparece entre comillas porque es una cita. Es una cita de una charla dada por Heidegger en 1964. Entre varias razones, no es el texto más citado de Heidegger ya que su primera frase – “el final de la filosofía” – alborota las plumas e incluso desencadena la furia de quienes la escuchan.


A pesar de las consideraciones políticas y místicas que se hagan sobre Heidegger, rápidamente puede uno interesarse en lo que escribió sobre tecnología, arte e incluso sobre el ser; sin embargo nos negamos a considerar la mera posibilidad de hablar sobre “el final de la filosofía”. Para una inmensa mayoría esto es tan crudo, si no grotesco, como hablar sobre “el final de la respiración” … como una premisa sobre “la tarea de la apnea” bajo la cual deberíamos discernir nuestro futuro. 


Esto asume que la filosofía es el único respiro de nuestra vitalidad intelectual y espiritual – y esto es precisamente lo que está en juego en la oposición que Heidegger establece entre “filosofía” y “pensamiento”.


El problema no está en que “un” filósofo estuvo en lo cierto al decir esto o aquello. La filosofía habla a través de todos los filósofos, y si habla de su “final” es porque trae consigo un sentido filosófico. Heidegger buscó este sentido incluso cuando desde la filosofía vino la señal de un final, de una realización y por tanto de un nuevo destino. Esto ya lo sabía Hegel: desde Hegel siempre ha sido una pregunta sobre el final de la filosofía y un nuevo comienzo. Si uno no lo ve, es porque no ve nada.


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Mi propósito, sin embargo, no es hacer en este artículo un comentario al pensamiento de Heidegger. Me quiero limitar a mostrar que la expresión “el final de la filosofía”, dicha por primera vez hace más de medio siglo -pero preparada, aunque de diversas maneras, desde Marx, Nietzsche o Kierkegaard como también desde Comte, Russell y Carnap (1) – tiene todo el sentido.


Esto último es lo difícil de admitir porque la mayoría de las personas asumen fácilmente que la filosofía, incluso en sus turbulencias más violentas durante los dos últimos siglos, es la actitud propia de la humanidad pero sobre todo porque puede ser encontrada en cualquier parte (por lo menos esto es lo que creemos, dándole así a la palabra “filosofía” una dimensión irreflexiva). Hay una filosofía bambara y una filosofía de la administración mientras que exista un pensamiento de los bambara y una ideología de la administración. Cuando alguien es presentado como filósofo en la radio o la televisión, se anuncia un discurso que tratará sobre cómo se encuentra el mundo y qué puede ser cambiado o mejorado. En una sola palabra, la filosofía es un modo de representar y evaluar el mundo. 


En términos generales el contenido de estos discursos ya es conocido: la violencia y la injusticia son condenadas, el egoísmo es condenado, y el bien común o la vida en comunidad deben ser repensados. En algunas ocasiones la perspectiva es más reformista (y entonces muestra que nada debe ser cambiado en su raíz); algunas otras veces es más revolucionaria (pero la idea de revolución continúa siendo aquella de una transferencia de poder dentro de los parámetros establecidos de un súper poder técnico – como ha sido el caso desde Lenin y Mao). De una manera u otra, las buenas palabras son formadas en torno a un ideal -una humanidad mejor y más racional, más abierta para todos y para cada uno. 


Hay que decirlo: nos referimos a esta clase de ciega confianza en un “progreso” (sino de una “emancipación”), repitiendo de manera consciente o no lo que Kant, Husserl o Sartre ya habían dicho – para lo cual condimentamos con algunas especias modernas. Me refiero, por ejemplo, a la “subjetivación” de Foucault, el “otro” de Levinas, los alusivos e imprecisos usos que Derrida hace de la “diferencia” o Deleuze con “creación”: nos gustan estas migajas filosóficas pero somos cuidadosos en no atacar aquello a lo que se refieren. A esto volveré más adelante.


La filosofía habla a través de todos los filósofos, y si habla de su “final” es porque trae consigo un sentido filosófico.

No puede ser negado, pero tal es tristemente el estado de la filosofía hoy día (incluyendo muchas veces la escuela y la universidad). Es la autodenominada versión noble del reino de la opinión – aunque quizás no hay realmente ninguna versión noble, pues siempre es vulgar y cuya vulgaridad se encuentra hoy día mediatizada. 


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No es de extrañar que todo esto lleve a una ilimitada extensión del pragmatismo: ¿cómo funciona?; ¿qué funciona mejor o, al menos, no tan mal? Pero también, ¿quién trabaja para qué o qué funciona mejor para quién? ¿Con miras a qué se da este flujo de información, invención, comentario? La regla pragmática respondería: “con miras a un incremento en el funcionamiento y un necesario y deseable incremento”. Sin embargo la respuesta correcta que subyace a esta es: “con miras a desarrollos técnicos y financieros que no tienen otro final que ellos mismos”.


Un ejemplo que destaca sobre esto es la discusión en general (dada por fuera de aquellos países abiertamente maniacos sobre la identidad religiosa y racial) sobre el “multiculturalismo”, en distinción a un “secularismo” difícil de identificar. De un lado o del otro, la gente busca la mejor manera de manejar una realidad de profundos cambios con relación a lo que se denomina “cultura”, “identidad”, “puntos de referencia”. Otro ejemplo mucho más doloroso es sobre las condiciones de trabajo, que no sólo están cambiando sino empeorando, y beneficiando a unos más que a otros; aquí también estamos manejando (psicológica y sociológicamente) una situación cuyo final nadie pone en duda todavía. 


Hoy día lo que usualmente se llama “filosofía” es una mezcla de las tibias aguas del sentido común, del deseo de hacer lo correcto y un supuesto conocimiento de los mecanismos del mundo. Todo esto mientras las palabras “sentido”, “bueno” y “conocimiento” permanecen en un estado de gran precariedad si no de muerte cerebral.


Un pequeño signo nos da una pista: en cualquier parte del mundo anglicanizado un doctorado es llamado “PhD”, es decir, “doctor en filosofía”, ya sea que se trate del estudio de extrañas moléculas, de la historia antigua de los Kamchatka o de modelos cognitivos. En este caso “filosofía” tiene un significado obsoleto. Es una caricatura patética de la vieja idea de una ciencia reina o de un régimen general del conocimiento que puede ser, supuestamente, aplicado a los caracoles, a los mecanismos de “subjetivación” o a la idea de “Dios”.


Todo esto es ridículo, pero revela cómo ha sido posible dejar que una palabra se esparciera como tinta en papel absorbente. Ahora esta tinta es obsoleta y para nosotros bien oscura: nadie piensa que la “Filosofía” pudiera contener a todas las demás ciencias. Pero, si es de otro orden, ¿cuál es este? Las respuestas son confusas – “reflexión”, “espíritu crítico”, “especulación”, “elucubración” …


Por supuesto, esto no es más sorprendente que lo que sucedió en francés con la palabra “Monsieur” que originalmente significaba “mi señor”. Aun así es clara la diferencia porque “monsieur” corresponde a un verdadero cambio histórico en las formas de respeto y cortesía. En lo que se refiere a la filosofía, es casi lo opuesto: el rango de importancia que tiene la filosofía respecto a las demás ciencias ha sido mantenido (básicamente, e incluso, por encima de la teología, por lo menos al designar esta última una disciplina de reflexión y análisis y no es usada, de una manera burda, como sinónimo de “confesión religiosa”). Pero este rasgo destacado es imposible de alcanzar… flota entre las nubes. (2) 


En la practica la filosofía se ha vuelto la especialidad de los que no son especialistas, de quienes gestionan ideas y evaluaciones, hablando cada uno de ellos de acuerdo con su opinión: de hecho, la filosofía se ha convertido en el nombre noble de la opinión. Pero la opinión es el juicio de una subjetividad (individual o colectiva): su fuente yace en las disposiciones, gustos y tendencias de cada individuo. “A cada uno su propia verdad” – pero la palabra “verdad” es entonces definida como… opinión. 


SMSMS, Maurizio Bolognini, installation 2000-2006; Image credit: Wikimedia Commons
SMSMS, Maurizio Bolognini, installation 2000-2006; Image credit: Wikimedia Commons

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Si hay algo que ha creado la filosofía es el problema de la verdad. (3) Pero no es la verdad en tanto que corresponda a un dato -como por ejemplo el que este computador pese 1950 gramos y lo puedo verificar en una báscula. Para un niño pequeño es un poco pesado; sin embargo no estamos hablando del uso del computador por parte de un niño o de un adulto. Estamos hablando de un sistema en donde se usan instrumentos para comparar y medir. 


Pero la verdad que originalmente le preocupó a la filosofía fue el problema sobre de qué “verdad” se está hablando si no hay ninguna medida ni comparación posible. Es verdad que las grandes civilizaciones que precedieron al giro filosófico tuvieron la capacidad de controlar perfectamente instrumentos y formas de calcular: se puede ser testigo de los logros de los mayas o las antiguas civilizaciones africanas, como también de los hindúes, chinos, japoneses, esquimales, vikingos, etc., sin mencionar todos los logros técnicos, estéticos y simbólicos de todas las culturas desde el llamado “paleolítico”. Esto así en todo lugar y desde todo el tiempo desde hace al menos 300,000 años. 


En todas estas culturas lo verdadero (que no necesariamente fue llamado así, o recibió algún nombre) recibió un orden cósmico y simbólico de acuerdo con el cual la condición humana tuvo (y todavía tiene en aquellas culturas que todavía sobreviven) su lugar, su sentido y su destino. La existencia no fue menos difícil: la enfermedad, la lucha y la muerte nunca fueron negadas, sin embargo el orden general de las cosas fue tenido en cuenta para darles su lugar. El dolor de ser un humano, e incluso de estar vivo, fue mezclado con la alegría de sobrevivir, de reproducirse: el pensamiento nunca los separó. Los pensamientos de todos estos pueblos son muy ricos, ingeniosos y sutiles. 


Lo que abre la posibilidad para la filosofía es una ruptura. Todo esto ocurrió en una región muy específica del mundo. (4) Esta región, en el este del Mediterráneo, se vio en cierto sentido sacudida por lo que en ese momento era un conjunto de imperios y poderes palaciegos. Se ha hablado sobre la invasión por parte de las personas que llegaron del Mediterráneo occidental. Pero poco se conoce sobre esta conmoción. Sin embargo, lo que es claro es la profunda transformación de un mundo del que puede decirse perdió su orden fundador. 


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La filosofía comienza con la siguiente pregunta: ¿qué sucede si ya no existe un orden existente -ni sagrado, ni social, ni cósmico? El eje o alma de la respuesta filosófica consiste en la necesidad de encontrar un orden por sí misma.


Esta necesidad contiene dos aspectos: por un lado, requiere que descubramos este mundo como despojado de sus atributos; por otro lado, requiere que justifiquemos el enfoque tomado y sus resultados.


Pero la verdad que originalmente le preocupó a la filosofía fue el problema sobre de qué “verdad” se está hablando si no hay ninguna medida ni comparación posible.

Si hacemos el argumento simple (5) podemos decir: el primer requisito inventa la “naturaleza”, el segundo inventa la “razón”. Nada puede ser más elemental que esta relación naturaleza/razón. La conocemos bien pues ha estructurado siglos de pensamiento. Sin embargo, hoy día luchamos con esto: ¿es el petróleo, la electricidad, la posibilidad del cálculo, la información, realidades naturales o racionales?


Lo que ha guiado a la filosofía, en todas sus formas, ha sido siempre el darle una forma racional a la naturaleza y el naturalizar a la razón. Dar una forma racional quiere decir esclarecer los principios bajo los cuales surge el cosmos, la vida y, si es posible, el pensamiento mismo. Esto último vuelve al punto de lo que he llamado “naturalizar a la razón”: entender que la totalidad de lo que existe viene de y cumple un propósito. Este último ha dejado de ser la realización de un orden establecido dentro del mundo propiamente dicho. 


Hemos llamado “ciencia” o “dominio sobre las fuerzas”, al orden o descubrimiento del mundo, como el logro de un “hombre total”. La filosofía ha implementado una gran cantidad de ingenio para entender esto: “razón suficiente”, “historia del Espíritu”, “retorno a las cosas en sí mismas”, “Ser que no es ente”. Al mismo tiempo ha habido “materialismo integral”, “revolución de las relaciones sociales” y hoy día “transhumanismo” (el aumento del hombre por su propia tecnología). Y, finalmente, como ya se mencionó está el pragmatismo: dejemos todos los principios y lidiemos con ellos (ante lo cual se podría preguntar: por qué lidiar con ello?). 


Esta es una abreviación irónica – aunque no únicamente –, cruel – aunque no únicamente. No únicamente desde que el hecho primitivo ha perdido el prestigio de ser conocido y de manifestarse: lo que ha de conocerse, las ciencias ya lo saben, y lo que puede ser discernido es una espesa niebla. 



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(Paréntesis: no estoy enviando todas las obras de la filosofía al basurero. ¡Lejos de ser así! La importancia de las grandes obras del siglo veinte, la agudeza y profundidad de sus demandas no se ponen en duda. Todas ellas han contribuido a la exploración sobre el problema de la “verdad”. Pero poca atención se le ha prestado al siguiente hecho esencial: todas ellas – sin importar su idiosincrasia- están preocupadas por la filosofía en sí misma. Si las miramos atentamente, encontraremos que ellas lidian, a través de diversos objetos del pensamiento, con el problema de la filosofía en sí misma. (6) Todos estos filósofos -podríamos mostrarlos en distintas piezas – sufren por lo que se ha perdido sin saber qué es lo que se perdió, y dudando sobre todo de que pueda ser algo que se pueda identificar. Pero el hecho de que haga falta, pero sobre todo el que no sea suficiente decir “está faltando, es así” (la formula del nihilismo), es lo que importa.


Sin embargo no es suficiente con inventar una nueva filosofía. La innovación, la transformación, la mutación o revolución fueron desde el inicio algo inherente a lo que se llamó “filosofía” (amiga del conocimiento del discernimiento o del control pero no una competencia adquirida o establecida). La filosofía se ha embarcado en su propio proyecto que en cierto sentido puede decirse que es deliberadamente infinito. Esto puede ser mostrado en un preciso sentido en toda filosofía.


Lo que nos incumbe a nosotros -y lo que los filósofos han sentido (digamos para simplificar desde Hegel hasta ahora)- es superar esta infinidad, (7) sin amordazarla con amarras dogmáticas (ya se sea nihilista, o cínico o místico).


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Fue por ello necesario considerar la enorme ambivalencia de la empresa filosófica -que incluye la política, el arte y la fe (8)  – de lo que se ha llamado “occidente”.


La ambivalencia es inherente al término: occidente es el ocaso. Es en consecuencia tanto un logro como una angustia. Occidente habrá sido una máquina de logros tan poderosa que se ha convertido en el tejido fisiológico de un organismo planetario, incluso cósmico. Habrá sido también tanto como la angustia de un mundo entero que se dirige a su propia destrucción. Es como si la fisiología entera del organismo planetario estuviera desarrollando constantemente una autoinmunidad que lo fatiga. 


La colonización es el emblema de esta autoinmunidad (es decir, del envenenamiento propio). Como resultado del desarrollo exponencial tanto del deseo de apropiarse de todos los bienes posibles y de la voluntad de conocer, la colonización rompió con el mundo que dijo haber unido. Fue un problema tanto de abrir el mundo a su propio conocimiento como de haber cerrado el conocimiento a aquello que lo pudiera sobrepasar (lo ya dado que lo hubiera antecedido sin ninguna anterioridad – más bien como una exterioridad, en su exterior más íntimo).


De todas maneras es justamente este movimiento – interesado tanto en el sentido de un dominio como en el sentido de un conocimiento- que anima a la filosofía. No es (o ya no lo es) acerca de recibir algo y honrarlo. Es acerca de dar un nuevo orden. No es sobre manejar a la gente y su territorio sino de redefinir a ambos; es hablar sobre la humanidad y el universo.


De lo que se trata es de fundar y soportar la fundación. Es necesario inaugurar y continuar –sabiendo siempre cómo reinventarla- la inauguración hasta su final.


En este sentido la filosofía es diferente a las demás formas de pensamiento, creencias y meditaciones de otras culturas. En ninguna parte pretende encontrar sino más bien observar detenidamente y sin cansancio las fuerzas, las tensiones en juego, los alientos, las inclinaciones, sin llegar a decir que conoce ni su naturaleza ni su significado: tales conceptos son incluso desplazados aquí. Puede pensarse que no hay nada por conocer o alcanzar: más bien todo por ser bienvenido, hasta el enigma y su comienzo. (En este respecto, más de un pensamiento occidental, en particular el místico, ha llegado incluso a converger con este abandono activo).


La diferencia más grande es que la filosofía no recibe sino que lleva a cabo y realiza. La realización -sea del sentido, del ser, de principios y fines – es la palabra clave de la filosofía. Esta es la razón de por qué es inseparable de la tecnogénesis que ha dado origen al nuevo mundo. El poder de la demanda de encontrar y crecer ha devenido justamente en la civilización tecnológica.


La filosofía es en esencia anarquista: el lema de la anarquía -ni Dios ni Señor- puede ser considerada su máxima. Pero el “ni este… ni” exige ser considerado para sí mismo.

Como es bien sabido, la tecnología llegó a ser con el hombre, y los magistrales logros de todas las culturas a lo largo de todas las épocas de la humanidad no necesitan ser recordados. Lo que es nuevo con occidente es que la tecnología comienza a volverse su propio fin. Hubo un motivo – de naturaleza sacra – que llevó a la construcción de las pirámides. La torre Eiffel, por el otro lado, está consagrada al dominio del acero del cual ella es producto. Del mismo modo, sean cuales sean los motivos que hoy día se invocan para la investigación biológica y cosmológica, la energía que la guía radica en el auto desarrollo de las capacidades de análisis, control e implementación de los programas en cuestión. (9) 



Wanderer above the Sea of Fog, Caspar David Friedrich, 1817; Image credit: Wikimedia Commons
Wanderer above the Sea of Fog, Caspar David Friedrich, 1817; Image credit: Wikimedia Commons

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Por supuesto no podemos negar los formidables logros de la cultura occidental. Pero tampoco podemos negar que ellos están íntimamente ligados a la auto realización que ha sido parte del corazón de la filosofía (y de la política como también del arte). No debemos negar entonces el hecho de que no se puede disociar a occidente de este insaciable deseo por la auto realización, que es precisamente lo que está sofocando al mundo.


La filosofía se embarcó inmediatamente en el camino que fue dejado abierto a ella: cómo realizar un mundo si los órdenes cósmicos, fisiológicos y energéticos han sido socavados (y gradualmente destruidos). La filosofía respondió con una impresionante sucesión de representaciones del mundo (matemáticas, mecánicas, históricas, mostrando sus contradicciones o llegando hasta el corazón de las cosas, etc.). Estas representaciones expresaron distintos momentos del progreso de la historia que la filosofía se ha dado a sí misma como su proceso de realización. Así pues, su realización se volvió conocimiento en forma de tecnociencia, la realización de su deber como humanismo y la realización de su deseo como globalización. Hasta este punto ya no es necesario elaborar más representaciones del mundo: este se ha vuelto su propia representación, es una autonomía tecno-humano-cósmica.


Esta autonomía realiza de hecho su fin – su objetivo – y la realización de la filosofía, es decir de occidente, es decir la auto realización (que a su vez pasa a lo largo de la miseria, desdicha y destrucción de miles de individuos, de quienes uno podría preguntar quién los ha considerado como seres humanos, quien dice algo sobre los desastres ecológicos que se unen a las desgracias de todos). (10) 


La realización de la filosofía -ella misma surgida de la necesidad por la autonomía en un mundo en que pareciera que no hubiera ninguna referencia a algo más- es la realización de la reducción del “otro” en general: del allo irreductible a ninguna identidad e incluso a cualquier comparación (allo ya no copertenece al auto en tanto que lo hetero esté correlacionado con homo). 


Ahora lo real es necesariamente allo. Al igual que la piedra que pateo está fuera de mí, a quien amo está fuera de mí; la obra del artista está fuera de mí. Si hay algo que caracteriza a los dioses de todas las mitologías es que ellos no son humanos. La filosofía ha conocido siempre esta alotropía de lo real – cuando habla de “lo bueno más allá del ser” (Platón) o de una “libertad incognoscible” (Kant) o de “un ser que no lo es” (Heidegger). (11)


Pero esta alotropía – ya sea la del pulpo o la del loco, la de los polímeros o la de las algas- no es el objeto del conocimiento o del poder; esto es lo que siempre hemos olvidado, aun así lo sintamos constantemente. 


De hecho esto no es ningún olvido: es una contradicción inscrita en el corazón de la filosofía. En tanto que procede de la necesidad de lo auto – “conocer, ser capaz, querer por uno mismo”- puede solamente reconocer y repeler simultáneamente el allo en relación con el cual, sin embargo, el auto se determina necesariamente a sí mismo. Esto es lo que pasa cuando queremos que un niño “piense por sí mismo”: ¿cómo podemos acceder a este “por sí mismo” sin distinguirlo de “por los demás”? Esta pregunta, que puede parecer trivial, corre a lo largo de toda la filosofía. Puede ser ilustrada por el problema del anarquismo: ¿cómo formar a un anarquista sin algunos preceptos y obligaciones?


The Basket of Bread (Rather Death than Shame), Salvador Dali, 1945; Image credit: Wikimedia Commons
The Basket of Bread (Rather Death than Shame), Salvador Dali, 1945; Image credit: Wikimedia Commons

La filosofía es en esencia anarquista: el lema de la anarquía – ni Dios ni Señor – puede ser considerada su máxima. Pero el “ni este… ni” exige ser considerado para sí mismo. ¿Cuál es el significado de la negación de aquello que de ninguna manera puede ser determinado y en consecuencia no más negado que afirmado? Puede decirse que toda la serie teológica de los Rig Veda hasta el Génesis (12) ha prestado un cuidado extremo a preservar cierta presencia de aquello que subyace a toda forma, materia o existencia – dentro del ni-ni. De una u otra manera es siempre un problema del poder de hablar y, a través de la palabra, realizar un ser.


La filosofía entiende este poder no como palabra (como discurso) sino como la unión de sí misma con el logos, es decir, su auto suficiencia en práctica sin dios ni señor. Podría decirse que la culminación de esta auto suficiencia se encuentra donde Hegel, al afirmar la inanidad del verbo “ser” como copula, deduce su auto negación y en consecuencia la posibilidad de un primer momento.


En este sentido el ser no es ni ser ni nada: se relaciona consigo mismo al negarse a sí mismo. Así es como la filosofía de Hegel alcanza su auto realización. (13) La filosofía asume completamente el ni-ni al identificarlo como una auto negación mutua y automática (en suma) de aquello que sin embargo se abre en ella y a ella como la alotropía misma o la distensión irreductible del ser. Lo que en este momento permanece y debe permanecer como allo-logía podría decirse en palabras de Tchouang-Tseu: “el punto final del discurso se sitúa en un modo de expresión que sería a la vez no-silencio y no-discurso”. (14)


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¡No debe pensarse que lo que estoy intentando hacer es untar el chino sobre el alemán con el objetivo de obtener una mediación! Todo lo contrario: las palabras de Hegel y las de Tchouang-Tseu son intraducibles entre sí mismas. Esta intraducibilidad entre dos ni-nis no es un asunto de las lenguas. Podría pasarse de una a la otra de manera indefinida.


Lo que resiste es el carácter irreductible del allo. “Ni-ni” debe excluir cualquier forma de mediación. Ni una China que pensáramos en recuperar, ni un occidente que pensáramos en orientalizar tiene sentido alguno en tanto que estamos en el mismo lugar, en todas partes desprovisto de alotropía o, para ponerlo en otras palabras, de lo irreductible, lo no identificable, lo irreconocible.


La diferencia más grande es que la filosofía no recibe sino que lleva a cabo y realiza. La realización -sea del sentido, del ser, de principios y fines- es la palabra clave de la filosofía.

Lo que Heidegger entiende por la tarea del pensar – o por lo menos lo que podemos decir sobre ello – es lo siguiente: ¿nos quedaremos enfrente de lo insostenible? O por el contrario seguiremos estando satisfechos con nuestra pobre autonomía filosófica? O, por qué no, quitarnos esto de encima, ya que hemos dado la prueba (que nadie pidió) de una suprema, magnifica y grandiosa inanidad?



Translated by MAURICIO GARCÍA


 

NOTES 


1. Esta corta lista recoge algunos nombres importantes. Sin embargo se trata de toda una época.

2. Por lo que sabemos este ha sido el caso desde Aristófanes, y vale la pena pensarlo: la filosofía ha sido siempre burlada tanto como ha sido venerada. Ahora no es objeto de burla porque se ha vuelto el agua tibia de la que estaba hablando.

3. Aparte de la relación entre verdad y falsedad, la idea de verdad, por fuera de la filosofía, es confundida con la que establece al ser, con la presencia de lo dado. Las primeras líneas del Popol Vuh son un ejemplo de esto: “Este es el principio de las antiguas historias de este lugar llamado Quiché”. Pero las traducciones anteriores también son elocuentes; siempre aparece “este es Quiché (o Quichué)”, este es el lugar de origen, nombrado originalmente por su verdadero nombre. La verdad de este nombre es el nombre en sí mismo.

4. Otras regiones del mundo experimentaron una ruptura que, si bien diferente, fue similar: Buda, Confucio, Lao-Tse, el santuario de Ise en Japón, etc., en comparación con otras culturas antiguas como los mayas, los vedas, Mesopotamia y muchas otras más. Por supuesto, la larga y compleja transformación de Egipto, que empezó mucho tiempo atrás, y la cultura persa deben ser tenidas en cuenta en el mundo mediterráneo. 

5. Muy simple por supuesto, pero mi objetivo en este momento es identificar -sin simplismo- líneas claras a partir de las cuales podamos volver a lo complejo. 

6. Ninguna mitología se pregunta por su propia condición.

7. O esta vaguedad: no puede detenerme en este punto que ciertamente es importante. 

8. Llama la atención que no me haya detenido en las religiones de occidente que han jugado un papel tan importante. Esto es así porque ellas mismas son -de diferentes maneras- aspectos de occidente y en consecuencia un fenómeno filosófico. En particular Persia, Egipto e Israel han tenido un rol decisivo en la mutación de occidente. 

9. Es cierto que la actual pandemia está dando una renovada importancia a los fines inmediatos. Pero es en sí misma un efecto del desarrollo de la tecno esfera… Del mismo modo no hemos parado de investigar sobre el cáncer, pero tampoco de expandir el cáncer. 

10. Si bien es justo y necesario, es fútil protestar en contra de la riqueza exponencial de unos pocos en tanto que este incremento pertenece al auto desarrollo ontológico de la Máquina.

11. Manteniendo sólo estos ejemplos de lo que puede encontrarse en cualquier filosofía.

12. No pretendo establecer ninguna filiación, sin embargo hay analogías sorprendentes. 

13. Por supuesto podría mostrarse que esto no satisface a Hegel, quien por esta razón califica la relación de sí mismo con el ser como infinita. Esta noción del infinito requeriría otro análisis. 

14. Les Œuvres de Maître Tchouang, trad. Jean Lévi, Editions de l’Encyclopédie des nuisances, 2006, p.226.

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