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Del progresismo al dogmatismo: un análisis crítico del Woke

29 June 2025

Del progresismo al dogmatismo: un análisis crítico del Woke
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War Dolls; Image credit: historians.org

In this text the authors analyze Woke culture and ideology from a critical perspective. More than a vindication of this ideology, what the authors intend to defend is that it is not a left-wing political proposal. On the contrary, its manifestations have led it to embrace capital in order to allow its own reproduction.

AUTHORS


ROGER ZAPATA & MAURICIO GARCÍA



“En este contexto asfixiante, soy, definitivamente, una hereje y eso me describe a la perfección. No me he formado como filósofa profesional para ir

a la iglesia"

Kathleen Stock


“Algunas ideas son tan estúpidas, que sólo los intelectuales las creen”

George Orwell



Sabemos bastante bien lo que implica abordar este tema y en virtud de ello es importante hacer algunas declaraciones y aclaraciones preliminares. La primera es una declaración de intención: nuestro objetivo es analizar cómo el wokismo —surgido como crítica radical a las tradicionales estructuras de poder religioso y económico— ha mutado en un dogmatismo secular que reproduce las mismas lógicas y dinámicas que pretendía combatir, no sin antes arroparse con el ya de por sí maltrecho manto del progresismo. De la mano de autores como Jean-François Braunstein, Slavoj Žižek y otros, abordaremos las sorprendentes semejanzas entre los "Grandes Despertares" religiosos estadounidenses y el actual despertar woke, observando las contradicciones inherentes a este constructo ideológico. En segundo término, analizaremos —con base en los trabajos de Helen Pluckrose, James A. Lindsay, Christopher F. Rufo, Vivek Ramaswamy y Francis Fukuyama— cómo el wokismo se ha institucionalizado, sirviendo de este modo a los intereses de las corporaciones representantes del capitalismo global que originalmente pretendía combatir.


Esto nos lleva a nuestra segunda aclaración fundamental: reconocemos plenamente las preocupaciones genuinas que han dado origen a movimientos contra el racismo, la discriminación de género, la opresión de clase o la exclusión por capacidades físicas o cognitivas. Estas posturas son no solo legítimas, sino necesarias en sociedades marcadas por injusticias sistémicas, y de ninguna manera buscamos desestimarlas per se. Sin embargo, no podemos ignorar la paradoja que enfrentan movimientos como Black Lives Matter o NiUnaMenos: aunque surgieron con una raíz popular y un signo decididamente anticapitalista, al ser cooptados por la agenda mediática y corporativa, sus demandas se han visto reducidas a gestos simbólicos que, pese a su visibilidad, no alteran las bases materiales de la desigualdad que denuncian. Esta dinámica es particularmente visible en lo que podríamos llamar el wokismo institucionalizado —aquel impulsado desde las universidades de élite y las grandes empresas—, que lejos de cuestionar o abolir el capitalismo, termina lubricando su maquinaria al convertir la justicia social en un producto de consumo más, vaciando así de contenido transformador las luchas sociales originales. Incluso podría cuestionare sí, en efecto, tales movimientos son originalmente anticapitalistas o si, por el contrario, buscan meros ajustes institucionales para la garantía de derechos. Dicho de otro modo, si son meramente reformistas o declaradamente revolucionarios.


Esta criba al wokismo institucionalizado tiene para nosotros un horizonte claro. Nuestra tesis es que la semejanza dogmática y la cooptación capitalista obedecen a una culpable incapacidad para desafiar efectivamente a dicho modelo socioeconómico. Aquí es donde los principios universales de la izquierda ilustrada —igualdad, justicia material y racionalidad crítica— cobran fuerza y se convierten efectivamente en bases sólidas para impulsar una lucha emancipatoria que articule valores compartidos y la concreción de un proyecto político, evitando así la fragmentación política derivada de esencialismos identitarios/puritanos, que en última instancia perpetúa el statu quo que denuncia. En ese orden de ideas, la lectura de este texto puede hacerse a la luz de las siguientes dos cuestiones.

a. ¿Cómo rescatar las demandas genuinas de estos movimientos, priorizando la justicia material sobre los enfoques identitarios fragmentarios?

b. ¿Cuál es el rol de la filosofía en el marco de esta encrucijada ideológica de la izquierda?


Quizá el poder de la pregunta, ante verdades tan ferozmente defendidas, nos permitan ir más allá de este despertar insomne.



Un despertar insomne o Excursus sobre Kafka



“El mundo de Kafka es, en verdad, un universo indecible donde el hombre se da el lujo torturante de pescar en una bañera, sabiendo que no saldrá nada"

Albert Camus



Es una verdad de Perogrullo que el sueño reparador es provechoso para el ser humano. Por un lado, a nivel cognitivo, favorece la concentración, el proceso de aprendizaje y la toma de decisiones asertivas. Además, en el ámbito mental, contribuye a mejorar el estado de ánimo y previene trastornos emocionales. Por último, en la dimensión física, fortalece el sistema inmunológico, protegiendo al organismo de infecciones y enfermedades. Considerando estos beneficios, sería impensable que, al despertar, nos sintiéramos desorientados, desconcentrados, erráticos o angustiados; en suma, vulnerables y propensos a la enfermedad. Un sueño reparador debería ser, entonces, sinónimo de un despertar pleno y revitalizador.


rage against the machine; Image credit: Unearth Magazine
rage against the machine; Image credit: Unearth Magazine

No obstante, lo que para unos es evidente, para otros puede ser difuso. Esta aparente verdad —a la que aludimos al inicio y que en el ámbito individual podría ser más evidente— se va desdibujando si ampliamos el análisis al ámbito político, especialmente si nos ocupamos del término anglosajón "woke" —y lo que este designa—. El término "woke" se refiere originalmente a la conciencia sobre las injusticias sociales, especialmente relacionadas con la raza y la desigualdad; más exactamente estar despierto a la injusticia racial. Shullenberger (1) señala que, en el contexto estadounidense, el racismo fue clave para articular ese "despertar". Un ejemplo temprano es la frase “Stay woke”, acuñada por el cantante folk radical Lead Belly en 1938. La usó en una grabación sobre los Scottsboro Boys —nueve adolescentes negros falsamente acusados de violación en Alabama—, un caso que se convirtió en el caso emblemático y precursor de movimientos como Black Lives Matter. Para Lead Belly, "permanecer despierto" era una advertencia literal contra la violencia racial sistémica, un llamado a la solidaridad concreta, no una consigna ideológica.


Con el paso del tiempo, el concepto woke se ha ampliado y, en teoría, designa no solo a quienes adquieren conciencia sobre la injusticia y la desigualdad racial, sino sobre la discriminación de género, la desigualdad económica y otras formas de opresión sistémica. Se presenta como un ideal de empatía y lucha colectiva con miras más amplias. En la práctica, sin embargo, el wokismo ha abandonado esa vocación crítica y esa amplitud. Lejos de promover unidad o justicia tangible, se ha convertido en un purismo moral excluyente: dogmático en sus juicios, intolerante con la disidencia y obsesionado con la performatividad ideológica. Así lo evidencia la creciente literatura crítica que analiza sus efectos: más que combatir la opresión, reproduce dinámicas de división y censura.


El hecho de que el wokismo se haya radicalizado en el sentido de que ha ampliado el espectro para criticar y hacerle frente a las diferentes formas de injusticia social no ha sido del todo exitoso. Ese radicalismo está lejos de ser progresismo. Antes bien, podríamos aseverar que constituye un retroceso en la medida en que reproduce, como ya se dijo, todo lo que pretendía combatir: los más destacados "logros" del wokismo son la división y la segregación por motivos de raza y género, así como el señalamiento y censura a quienes no se ajustan al nuevo evangelio de la corrección política.


El uso y el abuso de dicho concepto ha hecho que pierda su raíz histórica, su sentido original de resistencia colectiva y que engendre una contradicción en tanto que no todo lo que es en teoría lo es necesariamente en la práctica. El término se ha vaciado de esa historicidad y ha devenido en ideología.


Este parece, pues, un despertar insomne, al mejor estilo kafkiano. Para ilustrarlo, acudamos a las líneas que el mismo Franz Kafka escribió en sus Diarios el 2 de octubre de 1911:


Noche de insomnio. Ya es la tercera seguida. Me duermo bien, pero una hora después me despierto como si hubiese puesto la cabeza en un agujero equivocado. Estoy completamente despierto, tengo la sensación de no haber dormido nada o de haberlo hecho solo bajo una delgada piel, he de afrontar de nuevo la tarea de dormirme y me siento rechazado por el sueño. Y a partir de ese momento, hasta las cinco aproximadamente, me paso toda la noche durmiendo, pero a la vez me mantienen despierto intensos sueños. Podría decirse que duermo a mi lado y al mismo tiempo tengo que pelearme con los sueños. Hacia las cinco ya está gastado el último rastro de sueño, lo único que hago es soñar, lo que resulta más agotador que estar despierto. En resumen, me paso la noche entera en el estado en que se encuentra una persona sana momentos antes de dormirse de verdad. Cuando me despierto, todos los sueños están reunidos a mi alrededor, pero me guardo bien de repensarlos. Hacia el amanecer suspiro contra la almohada, pues por esa noche está perdida toda esperanza. Pienso en aquellas noches hacia cuyo final sentía como si me sacaran del interior de un sueño profundo y me despertaba como si hubiera estado encerrado en una nuez (2).


Para Kafka, las noches fragmentadas traían consigo un sueño efímero y un despertar marcado por el agotamiento. Si interpretamos la historia de la humanidad —y el lugar que ocupa en ella el fenómeno woke— a la luz de esta vivencia kafkiana, veremos que aquella se configura como una sucesión de noches en las que soñamos con conquistar libertad, igualdad y justicia. De ahí emerge el pensamiento utópico, tanto en la literatura como en la filosofía. Pero ¿cuál es la sensación que nos acompaña hoy, en pleno "despertar"? Nada más que el cansancio ante un activismo que desgasta las luchas sociales contra la opresión y diluye la posibilidad de una sociedad mejor.


Por otro lado, para el autor praguense, el sueño nunca fue un acto pasivo. Por el contrario, soñar fue sinónimo de lucha, de batalla violenta. ¿Acaso no se asemeja esto a las luchas históricas por la libertad, la igualdad y la justicia? Claro que sí: cada avance nos ha costado. Sin embargo —y aquí resuena lo kafkiano—, tras lo tempestuoso, tormentoso y extenuante de la batalla no ha llegado la calma, sino la derrota, pues estamos sucumbiendo ante un activismo que, en su lucha contra las opresiones, derriba lo alcanzado; no ha llegado la calma, como tampoco una práctica política capaz de derrotar la pesadilla de las injusticias sociales; lo que parece haber llegado es la culpa. Si Kafka despertó encerrado en "una nuez", nosotros lo hemos hecho en un laberinto de paradojas que inducen a la culpa. En eso somos más kafkianos que nunca: las reivindicaciones se convirtieron en dogmas, la justicia degeneró en purga moral y las grandes luchas se han convertido en micro guerras ideológicas. Kafka susurra desde sus Diarios lo que el wokismo calla: que despertar no siempre significa ver con claridad. Hemos abierto los ojos en la oscuridad. Por eso tenemos la fragmentación, la batalla y la derrota como rasgos distintivos de este despertar insomne. Las actuales reivindicaciones políticas, especialmente aquellas impulsadas por el “progresismo woke”, han abandonado los marcos teóricos de la izquierda tradicional que históricamente permitieron conquistas materiales en favor de la libertad y la justicia. Estas demandas universales —como la igualdad económica o el acceso a derechos básicos— hoy son miradas con recelo, bajo el argumento de que apelar a lo universal reproduciría el mismo sujeto hegemónico (blanco, masculino, occidental) que históricamente ha excluido a mujeres, minorías étnicas y otros grupos marginados. Sobre este punto volveremos más adelante.


“In March, Chile ends”; Image credit: New Socialist
“In March, Chile ends”; Image credit: New Socialist

De la metáfora a la teoría: Las críticas al wokismo


Un fundamentalismo secular


Si nos desplazamos más allá de la metáfora kafkiana, también encontramos directos e importantes cuestionamientos a la forma y al contenido discursivo de los paladines de la ideología woke. Detengámonos en algunos de estos. Jean-François Braunstein y Slavoj Žižek coinciden, por ejemplo, en un punto clave: el wokeness ha adoptado un dogmatismo que lo asemeja a las formas más peligrosas de ortodoxia religiosa.


En La religión Woke, Braunstein ubica los orígenes de esta ideología en los "Despertares religiosos" protestantes de las colonias americanas (y posteriormente Estados Unidos) entre los siglos XVIII y XIX. Toma como ejemplo los Great Awakenings — el primero en 1730-1740 y el segundo entre 1790 y 1840—, donde identifica rasgos propios de esos grandes despertares, incorporados también por el wokismo: los sermones basados en el miedo, que apelan a la emoción —no a la razón— para impulsar conversiones rápidas; reuniones masivas donde los fieles, convulsionados por la culpa, experimentaban episodios de revelación y arrepentimiento; un conjunto de elegidos encargados de evangelizar y señalar, bajo el amparo de una figura de un Dios iracundo y todo poderoso, los pecadores.


A propósito de los rituales, señala que, como acontecía en las reuniones masivas de los Grandes Despertares, en el caso de las congregaciones woke, “estas fervientes reuniones evocan el entusiasmo de jóvenes militantes, en su mayoría blancos, que, en actos públicos multitudinarios, se arrepienten de su racismo y piden perdón a activistas negros por sus pecados” (3). Evidentemente, esta muestra de culpa y arrepentimiento no podría hacerse sin que se arrodillen y laven los pies a quienes piden perdón. Así pues, “además de la genuflexión, los woke se prestan a otros rituales de contrición, como el de lavar los pies a los militantes negros” (4). De este modo, el wokismo no solo hereda la estructura del fervor religioso, sino también su lógica de culpa y arrepentimiento.


Evidentemente, este lenguaje de confesión de la culpa (de los pecados) (5) y los rituales de contrición antes mencionados, no podrían existir sin la figura de un mártir a quien rendir culto y un clero encargado de elaborar los dogmas, difundirlos y condenar a quienes no se ajusten irrestrictamente a este nuevo modelo de santidad. En ese sentido, según el pensador francés, los despertares religiosos y el wokismo comparten elementos como la figura del mártir —encarnada en George Floyd, cuya muerte a manos de un policía blanco se erige en símbolo— y la noción de una élite, los elegidos, que se percibe como “[…] superiores (6) por su mayor valor moral y su compromiso revolucionario con el género o la raza” (7). Estos iluminados contemporáneos intentan destruir, o como dirían en su jerga, deconstruir, la universalización de los valores —rasgo fundamental de la tradición ilustrada— e imponer criterios cada vez más identitarios, propiciando así el retorno de ideas antiquísimas, de origen conservador y con tinte reaccionario, tales como asumir que hay mejores valores encarnados en mejores personas. Toda una reivindicación de superioridad y elitismo moral. En este punto valdría la pena preguntarnos: ¿No hay aquí un tufillo aristocrático que, consecuente y coherentemente, deberían desdeñar? Por supuesto que no. Prima el fundamentalismo, no lo fundamental. Lo que prevalece es la epifanía, la revelación a través de la cual estos elegidos descubren el mal presente en sí mismos y otorgan a sus vidas un sentido redentor al combatirlo y mejorar la humanidad. El término woke —acuñado para expresar esa “[…] súbita concienciación global del carácter malvado de un mundo de dominación e injusticia, así como el sentimiento de que es urgente actuar” (8)— refleja, en efecto, una toma de conciencia análoga a la religiosa.


Ahora bien, subrayar estos paralelismos permite desentrañar otra contradicción inherente a esta ideología: la dogmática woke y sus predicadores emergen precisamente de las universidades más exclusivas de Estados Unidos, instituciones supuestamente laicas y científicas, en las que debería prevalecer la razón y la capacidad argumentativa. Al respecto, Braunstein señala con contundencia que: “Es la primera vez en la historia que nuestras universidades [...] dan a luz un movimiento religioso” (9). Y agrega: “Actualmente, es la universidad la que está fabricando su propia religión. El contenido de la doctrina woke, ya se trate de la teoría de género, de la teoría crítica de la raza o de la interseccionalidad, forma parte de «estudios» de todo tipo y se ha convertido en el centro de las actividades universitarias actuales, desplazando progresivamente a las «viejas disciplinas»” (10). Por último, en lo que respecta a la relación entrañable entre el wokismo y la universidad, el filósofo francés sostiene que:


Particularmente en las universidades estamos viviendo un momento de reescritura de la historia y de borrado de sus horas oscuras. El legado prewoke debe reescribirse por completo: hay que purgar la cultura y las universidades de cualquier huella de privilegio blanco o masculino para partir de cero y reconstruir una nueva cultura, virgen de cualquier opresión. De ahí la voluntad de acabar con todas las disciplinas blancas y virilistas, es decir, con prácticamente toda la herencia de la civilización occidental: se acabaron las humanidades griegas y romanas, se acabaron la música y la danza clásicas, se acabaron la literatura y la pintura virilitas, se acabaron las ciencias y la filosofía blancas (11)


Así las cosas, bajo esta lógica purificadora, ni siquiera obras fundamentales de la antropología filosófica escaparían a la revisión radical que describe Braunstein. Así, por ejemplo, el célebre texto del filósofo judeoalemán Martín Buber, ¿Qué es el hombre? — donde se explora la naturaleza humana desde un diálogo interreligioso y universalista—, habrá de ser, cuando menos, reescrito por completo o, a lo sumo, desaparecer de los planes de estudio y del legado cultural, que más que legado, adquiere la connotación de lastre. Otra vez, se devela el carácter paradójico del despertar insomne: mientras Buber postulaba que "el hombre se hace humano en el encuentro con el Tú" (12) —afirmando así una esencia compartida más allá de las consabidas diferencias—, la epistemología woke (si es que, en efecto, existe algo semejante) niega precisamente esa posibilidad de universalismo. El resultado, como señalan Pluckrose y Lindsay (13), es una fragmentación del conocimiento donde solo sobreviven los relatos que pueden ser leídos exclusivamente a través del prisma de la opresión.


¡En fin! Un conjunto de creencias convertidas en dogmas, los intelectuales convertidos en clero elegido que pontifica sobre el bien y el mal, rituales compartidos por una comunidad, códigos morales irrestrictos, símbolos e instituciones transformadas en iconos y templos desde los cuales —y a través de los cuales— se predica el nuevo evangelio… Bajo esta teología secular, todo se ha consumado. Consumado no solo porque el dogma se cumple a cabalidad, sino porque se ejecuta: la universidad, tal como la conocimos —lugar de enseñanza, investigación y cuna del pensamiento científico; espacio para esgrimir y debatir ideas, para elaborar argumentos sólidos—, es asesinada en el altar de lo políticamente correcto/incuestionable. Su esencia, ejecutada metódicamente, se desvanece bajo el peso de una ortodoxia que no tolera herejías.


Como último elemento, es crucial destacar un conflicto inherente a la ideología woke: la fuente de religiosidad de la que bebe este movimiento no le nutre, sin embargo, de uno de los pilares centrales de las tradiciones religiosas que lo inspiraron: el perdón. Tal como señala Braunstein, el wokismo afirma una culpabilidad sin redención, lo que abre la puerta a la violencia —simbólica y física— contra quienes son designados como portadores de los "pecados originales" de la modernidad: el privilegio blanco (14) y la masculinidad tóxica (15).


Cuando el perdón deja de ser el elemento capital, aparece la obsesión por detectar el pecado, por establecer una separación entre los puros e impuros, por denunciar a los malos y purgar el mundo de la existencia de todos aquellos que han cometido injusticias en contra de los distintos grupos que han sufrido discriminación. Y así se mueven: entre la lucha contra la discriminación y la promoción de la cultura de la cancelación (16). Por un lado, validan, por el otro anulan. Navaja de doble filo. Así queda en evidencia que lo sublime —el perdón— no es objeto de esta ideología. Y, ¿qué pasa cuando la altura moral de esta ideología no es suficiente para valorar bien la situación que ha llevado a que se geste una nueva víctima? Nada; la víctima no es quien realmente lo es, sino quien ellos consideren que debe ser la víctima. En esa fragmentación del conocimiento mencionada arriba, y en la transvaloración de los valores, pareciera existir un rasgo paranoico en la ideología woke: un alejamiento de la realidad.


Esta dinámica no es accidental, sino sintomática de una ruptura tan profunda como aporética: el wokismo se desliga radicalmente de las narrativas que históricamente han unificado y otorgado esperanza a sociedades enteras, a ese sujeto colectivo llamado humanidad.


Haciendo gala de sus inherentes contradicciones y desdibujado horizonte, el movimiento rompe tanto con la tradición religiosa (que promete un Cielo nuevo en Apocalipsis 21:1) como con el proyecto ilustrado-liberal del progreso colectivo. En su lugar, instaura un esquema de culpa permanente para los opresores/victimarios y una validación ad infinitum para los oprimidos/víctimas, negando toda posibilidad de salvación universal. Al reducir la justicia a una performatividad identitaria —funcional al capitalismo— el wokismo sustituye la esperanza compartida por un purgatorio ideológico sin la más mínima posibilidad de redención.


Hasta aquí hemos analizado la crítica que el filósofo francés dirige al movimiento woke desde una perspectiva comparativa en términos religiosos. Sin embargo, falta enunciar un elemento axial de este Credo contemporáneo: la figura de Dios, a la que aludimos previamente. ¿Cuál es esa nueva divinidad todopoderosa que juzga y amenaza a los pecadores? ¿Cuál es el Dios que moldea la conciencia moral del nuevo hombre, la nueva humanidad y el nuevo mundo? —términos que, cabe subrayar, no están avalados por la neolengua de esta ideología—.


Las corporaciones tecnológicas (GAFAM Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), rostros actuales y visibles del capitalismo global, han instrumentalizado discursos woke — especialmente mediante políticas DEI— para proyectar una imagen progresista, pese a críticas sobre su impacto real en la equidad laboral. Por decirlo de alguna manera, el acto de fe de los militantes del wokismo radica en creer que esta industria cultural, extendida y arraigada en instituciones académicas, corporativas y estatales, puede erradicar las manifestaciones que, a su juicio, son "reaccionarias": aquellas que se resisten a aceptar, sin cuestionamientos, sus dogmas. Así, el antiguo Tetragramatón —YHWH, nombre sagrado del Dios bíblico— cede su lugar al acrónimo GAFAM, símbolo de un poder que ya no habita en lo trascendente, sino en algoritmos y centros de datos que van modelando nuestra «buena conciencia».


Como indica el filósofo y ensayista francés Alain Finkielkraut:


De Nike a Apple, de Gillette a Coca Cola, las marcas más famosas rivalizan en celo en la promoción de la diversidad, y lo hacen saber a bombo y platillo, porque, lejos de ofenderse por ello, la inmensa mayoría de la opinión pública es favorable a tal compromiso: se considera incluso un motivo más para comprar sus productos (17).



La ideología woke: las cadenas del superego contemporáneo


El juego de palabras con el nombre de la célebre obra de Slavoj Žižek, que usamos algunos párrafos atrás (Así queda en evidencia que lo sublime —el perdón— no es objeto de esta ideología) no ha sido gratuito. Es el recurso que hemos elegido para señalar que ha llegado el momento de retomar los postulados de uno de los críticos más lúcidos de este movimiento woke y sus dogmas fundacionales. Recurriremos a él en dos sentidos: por un lado, queremos enfatizar en la idea que hemos esbozado anteriormente según la cual el wokismo le hace el juego al gran capital, desatendiendo así el frente de lucha más importante: el combate contra la desigualdad económica y su fuente primigenia, el capitalismo. Por otro lado, queremos poner sobre la mesa la crítica que desde el psicoanálisis y la crítica cultural hace el filósofo esloveno a este movimiento.


Retomemos por un momento el tema de la reverencia que le hace el movimiento woke al capitalismo global. Esto no se trata solo de una cuestión de fe en los efectos de la industria cultural. Slavoj Žižek, en su artículo titulado Wokeness Is Here To Stay (18), señala que el wokismo no solo reproduce los rasgos propios del fundamentalismo religioso, sino que, incongruentemente, se ha alineado con los intereses del gran capital. En lo que podría ser una evocación al famoso texto de Adorno y Horkheimer sobre la industria cultural, la ideología woke para Zizek puede ser una remembranza del mito religioso como forma del capitalismo contemporáneo. Sus premisas, convertidas en dogmas incuestionables, son funcionales al sistema: le permiten al capitalismo camuflar y, por supuesto, reproducir su lógica explotadora bajo un manto de progresismo moral. Surge entonces una pregunta crucial: ¿esta dinámica responde a una incapacidad reflexiva o, más bien, a un cinismo oportunista? Sea cual sea la respuesta, el resultado es el mismo: la neutralización de cualquier cambio estructural profundo. ¿De qué sirve el mea culpa (reconozco que soy un «hombre blanco», una «mujer blanca», «cisgénero», de «peso medio», «muy educado», «sano») si no lucho frontal, contundente y eficazmente contra el sistema económico que engendra y perpetúa esos privilegios? ¿Acaso se trata de reconocer mis privilegios sin exponerme demasiado a perderlos? Ahora bien, lejos de las suspicacias, planteemos el siguiente interrogante: ¿esta forma de ser es un síntoma de la incapacidad que tenemos para llevar a cabo una revolución en contra del capitalismo global?


Por ahora, lo cierto es que los nuevos dogmas y el capital se encuentran gracias al buenismo y al virtuosismo de una minoría —los elegidos, la élite— que sí están en la capacidad — como no podría ser de otro modo— de pensar y actuar en nombre de aquellos realmente segregados y explotados, de aquellos que no tienen representación. Ante esto, Žižek nos sugiere cuestionar el dogma impuesto a través de la siguiente pregunta: “¿Cómo consigue el wokenness, a pesar de ser un punto de vista minoritario, neutralizar el amplio espacio liberal y de izquierdas, infundiéndole un profundo temor a oponerse abiertamente al woke?”.


Realizar un análisis crítico de la ideología woke —como hemos intentado hacer aquí— podría interpretarse como un ejercicio incapaz de reconocer los privilegios que dicha ideología busca cuestionar y, en su jerga, deconstruir. El propio Žižek ha enfrentado este tipo de acusaciones. Pero si el wokismo reclama para sí el legado teórico de la Ilustración, ¿por qué no responderle desde el psicoanálisis, otro producto del pensamiento ilustrado?


Desde esta perspectiva, Žižek recurre a Freud y Lacan para explicar la contradicción social que se expresa en inacción política: el superego, esa instancia moral que impone valores inalcanzables mientras ridiculiza nuestro fracaso por alcanzarlos. Tradicionalmente, el superego se encarnaba en figuras de autoridad como el padre patriarcal. Pero en el capitalismo contemporáneo —donde el mercado ha reconfigurado el orden social—, ¿no deberíamos esperar también una transformación de sus manifestaciones psíquicas?


Esta transformación del superego bajo el capitalismo no es un descubrimiento reciente. Como demostró la Escuela de Frankfurt en sus estudios sobre la personalidad autoritaria -y particularmente Horkheimer en Autoridad y familia-, la figura paterna ha dejado de ser aquel patriarca tradicional para convertirse en un mero ejecutor de un aparato abstracto de dominación. Su voluntad ya no emana de sí mismo, sino que reproduce los mandatos impersonales del sistema de producción y consumo. En otras palabras: el padre moderno actúa como un eslabón más en la cadena de mando del capitalismo tardío, donde incluso las relaciones familiares quedan subsumidas a la lógica mercantil; su voluntad, como la de los demás, es la voluntad de un aparato de producción, distribución y consumo de mercancías.


Lo novedoso que Žižek aporta a esta reflexión es su análisis de cómo el capitalismo contemporáneo ha reconfigurado los mandatos morales. Ya no se trata simplemente de prohibiciones o inhibiciones (como ocurría tradicionalmente con la sexualidad), sino de un imperativo paradójico: el mandato de gozar (Jouir!, en términos lacanianos). Pero este no es un goce concreto o específico, sino una especie de goce vacío, estetizado - una búsqueda compulsiva de lo sublime que termina celebrándose a sí misma, sin trascendencia real más allá de su propia performatividad. Si lo asociamos a las redes sociales —ese “espacio” preferido por los activistas sociales de los hashtags y las banderas volteadas como símbolo de protesta banal— “tanto Facebook como Instagram no parecen tanto una competencia para ser más exitosos que nuestros compañeros [...] sino una competencia para disfrutar más, una batalla para demostrar que disfrutamos más y con más frecuencia que cualquier otra persona en nuestro muro de noticias”(19) La fragmentación del conocimiento y de la experiencia no es sólo un asunto de la ideología woke; es en general la de un mundo ajeno a las personas.


Al ser el superego una instancia abstracta de dominación producida por los hombres, pero ideológicamente experimentada como ajena a nosotros, adquiere características de dominación más fuertes a las que tenía el superego tradicional sobre el yo, sea este la subjetividad del individuo o, bajo el lenguaje decimonónico de la política, la conciencia de clase. En este sentido es que para Zizek, mientras más atados estemos al superego, más culpables nos sentiremos de no haber alcanzado la meta. Quizás no guste mucho la definición, pero se entiende el sentimiento de culpabilidad como una “forma de autorreproches, de ideas obsesivas contra las que el sujeto lucha porque le parecen reprensibles, y por último en forma de vergüenza provocada por las mismas medidas de protección” (20). Añadiéndole a esta definición lo ya dicho sobre la exigencia de gozar (y podría agregarse también el de ser resilientes ante los castigos del mundo), los autorreproches como sentimiento de culpa no motivan la acción política; por el contrario, la impide. La culpa sólo hace que queramos construir otra realidad, una suerte de real paranoico, en el cual podamos, por un lado, sentirnos seguros ante la mirada del superego y, por otro lado, juzgar a los demás porque no se han adherido a las nuevas demandas morales del capital. Pero, ¿no es justo el esclavo el que desea al amo, y el amo el que el esclavo lo adore? Entre capital y aquellos que han despertado se dan la mano a escondidas. Todos los caminos conducen a Roma, dice el refrán; todos los caminos favorecen al imperio del capital.



La criba filosófica como orientación del pensamiento


Ir por un camino, implica renunciar al otro; decantarse por un conjunto de ideas trae como consecuencias omitir otras. ¿Qué hacer para que el camino que hemos elegido no favorezca los intereses del imperio? ¿Recorremos el camino hasta llegar al límite, al abismo? Definitivamente no.


No podemos esperar a que sea la experiencia de una situación límite la que nos lleve a repensar cómo entendemos y hacemos política. Es ahora cuando la filosofía debe enfrentar este desafío y anticiparse. ¿Acaso ninguna filosofía, como señaló Hegel, puede preceder al mundo? ¿Debemos resignarnos a que el pensamiento filosófico llegue siempre tarde al futuro? Nuestra respuesta nuevamente es que no. Es cierto que la filosofía no proporciona respuestas como lo hace la ciencia; más aún, cabría cuestionar si su función radica en ofrecer soluciones concretas a problemas sociales específicos. Pero eso no la hace inerme ante el mundo. Más aún: consideramos que con una reflexión oportuna y rigurosa —que criba con lucidez las ideologías dominantes— podemos evitar que el sectarismo, la depuración doctrinal y la censura se conviertan en el motus vivendi de nuestra época. Aún estamos a tiempo de exponer las contradicciones, tan evidentes como peligrosas, de la actual forma de entender y hacer política, de posicionarnos frente a desigualdad, la inequidad y la injusticia. Solo así podremos rescatar los principios fundamentales que permitieron a la izquierda sus grandes conquistas históricas y contener el avance de un contendiente tan peligroso como la nueva derecha.


Como Susan Neiman, consideramos que la filosofía tiene cosas útiles para actuar en estas circunstancias. En primer lugar, la filosofía puede y debe validar las reclamaciones de solidaridad, justicia y equidad que hacen los activistas woke, pero también debe exponer las contradicciones y los efectos no deseados de las formas adoptadas por esta vertiente de la izquierda, entre ellos el motus vivendi al que aludimos anteriormente y su connivencia implícita con el modelo económico capitalista. Si, como dijo Marx, la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, debemos preguntarnos ¿qué representa ese progresismo woke que negocia con el capital mientras se disfraza de izquierda edulcorada? El mundo de la política puede ser dinámico, pero los proyectos económicos y políticos que surjan como respuesta a las crisis del capitalismo no deben ser condescendientes ni complacientes en ningún modo.


Ahora bien, la crítica a la ideología woke no basta; debemos cribar también los autoritarismos antidemocráticos que se alimentan de los fallos de una izquierda incapaz de ofrecer alternativas concretas. Hoy, cuando las guerras resurgen y la destrucción se normaliza, la advertencia de Walter Benjamin cobra urgencia: detrás de todo fascismo late una revolución fallida. El fascismo no es solo un monstruo del pasado: es la sombra que avanza cuando las promesas de emancipación se agotan en gestos vacíos o en alianzas con el poder. Despertar del sueño dogmático —ya sea el de una izquierda complaciente o el de una derecha reaccionaria— es el imperativo de nuestro tiempo.


La filosofía puede ofrecer una orientación del pensamiento. Y este ejercicio puede hacerse echando mano de conceptos como universalismo, humanidad, justicia y progreso. De hecho, para Neiman, gran parte del problema que enfrenta la izquierda woke tiene que ver, por un lado, con una pérdida de horizonte conceptual y, por otro, con la radical minimización de los avances simbólicos y materiales que hemos logrado hasta este punto de nuestra historia. La izquierda woke ha criticado y desestimados estos conceptos. Esa crítica trae consigo unas razones y unas intenciones. La crítica se puede enunciar de forma general: según los activistas woke, estos conceptos hacen parte de un legado histórico que sirve a los intereses del hombre blanco y europeo, así como a sus prácticas coloniales. Si es así, desde su punto de vista, es necesario reemplazar esos conceptos por otros que posibiliten la creación de un nuevo lugar de enunciación: el tribalismo, la concepción omniabarcante del poder y la minimización del progreso que hemos obtenido hasta nuestros días. ¿Pero qué tan acertada es esa pretensión de omitir el impacto que estas ideas han tenido en la historia? ¿Cómo podemos negar que, en efecto –y por mucho que nos falte aún- hemos progresado? Como bien lo dice la filósofa estadounidense:


Para millones de personas, la realidad cambió en el momento en que se abolió la esclavitud, las mujeres pudieron votar o las parejas homosexuales accedieron a los mismos derechos que los demás ciudadanos. Si uno quiere echar un vistazo a la realidad en lugares donde estos derechos aún están por llegar, no tiene más que fijarse en la esclavitud que persiste en Mauritania o la India, los derechos de las mujeres en Arabia Saudi o Afganistán, o la criminalización de las relaciones entre personas del mismo sexo en Irán o Uganda. Las ideas revirtieron la realidad de las personas negras, las mujeres y los miembros de comunidades LGBTQ que tienen la suerte de vivir en lugares donde imperan otras ideas. (21)


Cuando se sacrifican las ideas y se sustituyen por ideología es posible asumir esa posición negacionista y pesimista. Es ese desplazamiento de las ideas hacia la ideología lo que ha permitido que los teóricos-intelectuales del wokismo elaboren una serie de constructos conceptuales que cumplen la función de señalar, segregar y volcar la balanza de la justicia. a Detengámonos por un momento en dos ejemplos sobre las consecuencias teóricas de este desplazamiento:


Un ejemplo de esos conceptos contradictorios y problemáticos que integran el marco teórico empleado por defensores contemporáneos de la justicia social es el de blanquitud. La blanquitud deriva de la noción de "privilegio blanco", acuñada por la activista feminista Peggy McIntosh en su ensayo White Privilege and Male Privilege. Siguiendo esta línea, diversos teóricos racialistas se adhirieron y han desarrollado este concepto, movidos ellos por un interés bastante particular. El concepto de blanquitud propone un mecanismo de racialización inversa. Como explica Braunstein:


El interés de la noción de «blanquitud» es que permite integrar a los blancos en una categoría racial y acabar así con la ilusión de que son el hombre universal. Ahora, son los blancos quienes van a vivir la experiencia de ser «racializados». También aquí, el hombre universal es el enemigo, ya solo existen seres humanos concretos y particulares caracterizados por su raza: desde fuera, los blancos son asignados a una raza, la raza blanca, y podrán experimentar lo mismo que siempre han vivido las personas racializadas (22).


Este enfoque implica que las personas blancas experimentan por primera vez un proceso de racialización similar al que históricamente sufrieron los grupos minoritarios. Ojo por ojo, diente por diente. He ahí su noción de justicia. ¿Nos encontramos acaso frente a una manifestación tan banal como peligrosa de una noble idea e intención?


Otro ejemplo conceptualmente nebuloso está incrustado en el núcleo de la teoría interseccional. Kimberlé Crenshaw, jurista afroamericana de la Columbia Law School, es una figura clave en la elaboración de esta teoría, considerada además uno de los pilares doctrinales del llamado wokismo—. Crenshaw propuso un marco analítico, en teoría más amplio, para estudiar el racismo y el sexismo, criticando lo que denominaba enfoques unidimensionales del feminismo tradicional o los estudios raciales. Sin embargo, paradójicamente, su solución consistió en reducir el análisis a un punto de partida particular: la categoría de mujer negra, presentada como el sujeto más marginal y, por tanto, paradigmático. Que la teoría interseccional tenga unas pretensiones emancipatorias es algo que no deja lugar a dudas. El punto, sin embargo, es ¿cuál es el alcance de esa propuesta analítica en términos de la emancipación? Es, sin duda, una apuesta por la emancipación, pero en ningún caso una emancipación colectiva. Se trata, sobre todo, de una lucha por el reconocimiento y la supervivencia de las víctimas más sofocadas por todos esos males que denominan sistémicos. En últimas, parece que el punto crucial de las reivindicaciones políticas es el mero reconocimiento de las injusticias sociales. Pero ¿reconocer significa realmente un punto de lanza para una política emancipatoria?


Aunque su propuesta prometía superar los análisis unidimensionales del feminismo y el antirracismo, terminó reduciéndose a una jerarquización de la opresión, donde la mujer negra se erige como sujeto paradigmático sin que esto represente un problema para ella. Crenshaw admite este límite: ‘[...] mi objetivo no es exponer una nueva teoría globalizadora de la identidad. La interseccionalidad sería más bien una herramienta para identificar [...] interacciones entre raza y género’ (23).


Lejos de aspirar a una emancipación colectiva, la teoría interseccional hace gala de una aritmética básica de las opresiones, en la que prevalece la operación sumatoria de factores de discriminación y no la liberación como producto final. La racialización del hombre blanco y la esencialización de la mujer negra acentúan así la segregación que pretenden combatir. En teoría, potencializa la identificación de la opresión en sus más diversos rostros, es una invitación por tiempo limitado para que los oprimidos se unan ocasionalmente para nombrar a quienes los han oprimido y describan cómo lo han hecho; en la práctica, sin embargo, las identidades no deben mezclase, deben ser mónadas identitarias, puras a la vez que duras (entiéndase radicales). Es justamente en su desavenencia que resultan funcionales al statu quo.


Este fenómeno refleja un cambio cuando menos problemático en el discurso que se precia de ser progresista. Como señala Neiman, citando al historiador Benjamin Zacariah:

Hubo un tiempo en que «esencializar» a las personas se consideraba algo ofensivo, un poco estúpido, antiliberal y antiprogresista, pero en la actualidad eso solo es así cuando los que lo hacen son los demás. Autoesencializarse y autoestereotiparse no solo está permitido, sino que te empodera (24).


En este mismo sentido, podríamos hablar desde América Latina —o desde cualquier contexto global— de la subjetividad indígena marginada y explotada como otro eslabón en esta cadena de identidades esencializadas. Pero, así como dudamos de que el mero reconocimiento sea el punto de partida de una política emancipatoria (y no un callejón sin salida moralista), también rechazamos la fragmentación como vía de liberación. ¿No sería más fructífero reivindicar posiciones universales de subjetivación política, donde las diferencias converjan en luchas comunes? Para el dogma woke —con su fervor casi religioso—, esto es una herejía. Como ironizan algunos críticos: "Un espectro ronda la academia occidental...el espectro del sujeto cartesiano. Todos los poderes académicos han entrado en una santa alianza para exorcizarlo...” (25).


Esta observación es determinante para comprender cómo las dinámicas identitarias contemporáneas han invertido los términos de lo que tradicionalmente se consideraba emancipatorio (en palabras de Neiman, de izquierda), legitimando precisamente aquellas prácticas —la esencialización y la estereotipación— que antes se rechazaban por regresivas y reaccionarias. Visto esto, preguntemos entonces: ¿Validación, reconocimiento y empoderamiento para quién y para qué? El capital global aparece como respuesta pronunciada entre dientes.


Por último, es menester dejar claro que este análisis no se suma al coro reaccionario de derechas que usa el término woke como arma nostálgica para revivir un pasado de injusticias. Los fantasmas del pasado deben quedarse donde están. Nuestra tarea no es criticar la historia para exhumar viejos dogmas, sino cribar el presente: distinguir, en el espectro de la izquierda, las auténticas luchas sociales de aquellas que, en nombre del progreso, encubren nuevas formas de autoritarismo afines a los intereses del capitalismo. No se trata de atacar el progresismo, sino de impedir que bajo su bandera se libren cruzadas ideológicas purificadoras que en poco o nada modifiquen las condiciones materiales (desiguales y precarias) de la vida de las personas. Porque si cruzamos ese umbral, lo habremos perdido todo.



NOTES


1. Geoff Schullenberger, “The poverty of anti-wokeness,” Compact Magazine, 2023. En: https://www.compactmag.com/article/the-poverty-of-anti-wokeness


2. Franz Kafka, Diarios, Debolsillo, 2012, p. 93.


3. Jean-Francois Braunstein, La religión woke, Èditions Grasset, 2022, p. 18.


4. Braunstein, La religión woke, p. 27.


5. «El privilegio blanco» y «la masculinidad tóxica». Estos hacen parte de un conjunto de conceptos entre los cuales están también: «expresión de género», «fat shaming» (avergonzar a alguien por su peso) o «cultura de la violación». Como lo señala el profesor Braunstein, “En realidad, estos conceptos no nacieron de demostraciones científicas, no son explicativos sino que muestran una toma de posición militante. Se reducen a la superficial afirmación de que existirían «relaciones de poder» vinculadas a distintas posiciones sociales,” La religión woke, p. 24.


6. David Román retoma el concepto de «creencias de lujo» acuñado por Rob Henderson: ideologías promovidas por élites intelectuales que, al imponerse como opiniones correctas, funcionan como marcadores de estatus moral. Henderson critica desde su experiencia personal y académica esta paradoja: mientras las élites defienden estas ideas para destacar su superioridad, son las clases bajas quienes sufren sus consecuencias prácticas. Ver: Román, Rob Henderson y las «creencias de lujo»: Sus ideas ayudan a entender una de las grandes paradojas de Occidente, Gaceta, 2024: https://ideas.gaceta.es/


7. Román, Rob Henderson y las «creencias de lujo», p. 20


8. Román, Rob Henderson y las «creencias de lujo», p. 19.


9. Román, Rob Henderson y las «creencias de lujo», p. 22.


10. Román, Rob Henderson y las «creencias de lujo».


11. Braunstein, La religión woke, p. 34.


12. Buber Martin, ¿Qué es el hombre? Fondo de Cultura Económica, 2019, p. 15.


13. Pluckrose, H. & Lindsay, J. Cynical Theories: How Activist Scholarship Made Everything about Race, Gender, and Identity—and Why This Harms Everybody. Pitchstone, 2020.


14.“El hombre blanco es el culpable de que sus antepasados oprimieran y él continúa oprimiendo a los negros y a todas las personas de color, incluso y, sobre todo, sin darse cuenta. Él es el responsable de cualquier mal que existe sobre la faz de la tierra,” p. 27.


15. “La masculinidad tóxica, que afecta a cualquier hombre solo por ser de sexo masculino, también debe ser condenada. Esta masculinidad tóxica sería la responsable gran parte de la violencia de este mundo, ya sea con respecto a las mujeres o con respecto a los propios hombres, que son víctimas de las tensiones que entraña esta masculinidad dentro de cada uno de ellos,” p.28.


16.Sobre este punto, véase Caroline Fourest, Génération Offensée: De la cancel culture au fanatisme (Francia: Éditions Grasset, 2020). La autora analiza, desde una perspectiva centrada en la defensa de la libertad de expresión y la laicidad, numerosos casos de censura impulsados por la corrección política, así como los ataques de movimientos identitarios y religiosos radicalizados contra principios fundamentales como el feminismo.


17. Alain Finkielkraut, La posliteratura. Alianza editorial, 2023, p. 82


18. Slavoj Žižek, Wokeness is here to stay. Compact Magazine, 2023. En: https://www.compactmag.com/article/wokeness-is-here-to-stay/


19. Alfie Bown, Enjoying it: Candy Crush and Capitalism, Zero Books, 2015, pp. 5-6.


20. Jean Laplanche, & Jean-Bertrand Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, Paidós, 1996, p. 397.


21. Susan Neiman, Izquierda no es woke. Debate, 2024, p.167


22. Braunstein, La religión woke, p. 80.


23. Crenshaw, citada en Braunstein, La religión woke, p. 90.


24. Zacariah, citado en Susan Neiman, Izquierda no es woke, p. 33.


25. Slavoj Žižek, El espinoso sujeto, Paidós, 2001, p. 9.

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